La bella durmiente, Piotr Ilich Chaikovski

Cuando, a finales de la primavera de 1888, Ivan Vsevolozhsky, director de los Teatros Imperiales de Rusia, se dirigió a Piotr Ilich Chaikovski para pedirle que escribiera la música para un nuevo ballet, no estaba seguro de la respuesta de este último. La primera obra de este género de Chaikovski, El lago de los cisnes, creada más de una década antes, no había triunfado; pero el compositor aceptó este nuevo encargo con un entusiasmo y una seguridad evidentes.
La historia elegida para realizar el libreto del ballet fue la adaptación de los hermanos Grimm del intemporal cuento de hadas de Charles Perrault La Belle au bois dormant. No habiendo sido invitada al bautizo de la Princesa Aurora, la bruja Carabosse predice, en un acto de despecho, que la joven se pinchará un día un dedo con un huso maldecido y morirá. El Hada de las lilas no puede deshacer la maldición de Carabosse pero puede mitigarlo: la princesa quedará profundamente dormida, en lugar de fallecer, hasta que un príncipe la libere del hechizo mediante un beso.
Estrenado el 15 de enero de 1890 en el Teatro Mariinsky de San Petersburgo, La bella durmiente es una fulgurante obra de belleza visual que casa perfectamente con la sutileza pura del don de Chaikovski para la melodía y la orquestación. Gracias a la decisión de Vsevolozhsky de incluir personajes de muchas de las otras historias mágicas de Perrault, como El gato con botas o Caperucita Roja, Marius Petipa, el coreógrafo original del ballet, fue capaz de crear variación tras variación, especialmente en la gloriosa escena de la boda del último acto.
A menudo se dice que el siglo XX rechazó la banalidad del ballet clásico, a menudo criticado por su falta de tensión dramática, pero muchos de sus principales representantes, de Stravinski a Balanchine o a Diáguilev, se sintieron obligados a volver a la gracia de La bella durmiente. La realidad es que su argumento nos mantiene en vilo. Cuando a la joven Aurora, a los dieciséis años, se le acercan varios pretendientes interesantes, ella decide esperar al amor verdadero, condenando así no sólo a sí misma sino a toda la Corte real a un siglo de sueño. No es por tanto de extrañar que lo celebren cuando finalmente se despiertan.
El triunfo del bien sobre el mal parece no perder nunca su atractivo. Pero una razón más convincente todavía para asistir a la presentación de La bella durmiente en el Teatro Costanzi de la Ópera de Roma es ver un ballet para el que cada compás de la música fue escrito para interpretar su narrativa. Vivimos tiempos en los que se crean nuevos ballets utilizando a menudo una música cuyo compositor nunca escribió para ser danzada. La bella durmiente nos recuerda, por el contrario, una época en la que compositores y coreógrafos trabajaban mano a mano para producir obras inmaculadas que todavía fascinan al público de todo el mundo.